Nuestra música criolla encanta al mundo entero desde hace años. Es más, durante las últimas décadas ha sido más apreciada fuera que dentro del país, salvo por sus fieles cultores, músicos entrenados en los fragores de la bohemia popular, quienes han mantenido una tradición a toda costa, al margen de modas, fusiones hechas a la ligera e incluso poniéndose por encima de las tendencias actuales que sugieren un supuesto interés de la juventud por la música criolla. Este interés, sin embargo, se limita a una versión aguada - algunos publicistas y productores la consideran "sofisticada" - que intenta aplicar el reduccionismo característico de la música que suele escucharse en restaurantes u hoteles de lujo, centros comerciales, ascensores, desfiles de moda y discotecas (el famoso lounge-chill-out).
No soy de los que rechazan a rajatabla las expresiones folklóricas que integran elementos de otras procedencias - o incluso de la tecnología - pero definitivamente es necesario puntualizar que todo aquello que hoy está sucediendo en la música criolla de nuestro país requiere pasar por ciertos tamices antes de ser aceptado como la nueva sonoridad de valses, festejos o polkas. Escuchar que ahora todos los valses se toquen y se canten de manera semejante a las baladas - cuando originalmente no fueron compuestos ni grabados así - resulta demasiado efectista para mi gusto. No todo debe sonar a fusión con el jazz o el bossa nova, sobre todo porque en la mayoría de casos tampoco consiguen un buen resultado aunque gocen de la preferencia de las mayorías.
El toque criollo - ese trinar de guitarras tan característico que se escucha en las grabaciones de conjuntos como Fiesta Criolla, Los Embajadores Criollos, Los Troveros Criollos - ha sido enriquecido por guitarristas de extremada calidad armónica como Álvaro Lagos, Willy Terry, José Purizaca, Félix Casaverde y más recientemente Yuri Juárez, quienes combinan a la perfección escalas del jazz, la música brasileña e incluso progresiones clásicas pero sin dejar de lado y más aun, poniendo siempre por delante ese sabor, esa calle que hace a los músicos tradicionales.
Esa calle que no se encuentra por ejemplo, en conjuntos como Los Ardiles o cantantes como Pamela Rodríguez, inflados por la publicidad a distintos niveles (mientras los primeros son considerados los "peñeros modernos", la segunda es elevada como la voz definitiva de la fusión). Pueden conocer el repertorio, pueden codearse con criollos legítimos y músicos de calidad, pero no transmiten nada a quienes realmente saben algo de este asunto, aquello que los mencionados guitarristas - así como tantos otros que permanecen en un injusto anonimato como por ejemplo el guitarrista que acompaña a Bartola en su programa Una y mil voces o el guitarrista de Son y Sabor conjunto estable de la "peña" (¿peña o discoteca?) De Rompe y Raja. El Perú es tierra de excelentes guitarristas, solo menciono dos ejemplos de ese toque criollo, ese toque de jarana que gracias a su trabajo, no se perderá jamás, aunque nadie los conozca masivamente.
Willy Terry: sus bordones, sus repiques y sus trinos resumen toda la historia de la música criolla. Aquí junto a Lucy Avilés (la hija de don Oscar) y Eduardo Abán "Papeíto")