Durante la década de los 80s, surgió una marejada de géneros musicales asociados al rock, y ampliaron una paleta sonora que en años anteriores no ofrecía muchas variables a los consumidores habituales de estas expresiones de rebeldía juvenil. Las polarizaciones pop versus rock, progresivo versus punk o disco versus hard rock, que por lo general planteaban dicotomías de estilos supuestamente opuestos (aunque en el fondo formaban parte de la propia evolución de esa subcultura rockera) fueron reemplazadas por nuevos rótulos que aumentaban con la aparición de cada nuevo artista.
Este aluvión de géneros -algunos sólidos y otros no tanto- fue relegando a la guitarra a roles secundarios (de simple acompañamiento), diferentes (creación de barreras de distorsión) o simplemente nulos (para dar paso a la electrónica). Y los guitar hero, esas legendarias figuras dominantes en la escena rockera mundial, se fueron convirtiendo en símbolo de lo caduco, una falsa percepción de lo que supuestamente era llamado "progreso" en la música. Las actitudes sectarias de ciertos públicos y críticos especializados demarcaron este camino de forma errónea, y fueron creando la sensación de que escuchar rock basado en guitarras era algo desfasado. Los míticos solos de guitarra son ahora considerados "retrógrados" y quienes no entienden eso están en nada en apreciación musical. Nada más falso, desde luego. Esta absurda creencia sigue viva en la actualidad, y son pocas realmente las personas que entienden el desarrollo del rock, como término genérico, como una historia integral, en la cual cada estilo, tendencia, cambio o deformación actúa como capítulos del todo y no como rupturas absolutistas de la matriz original.
A pesar de este contexto, en esa década ochentera, el hard rock y las raíces blueseras de este vicio llamado rock and roll continuaron cultivándose, desarrollando nuevos estilos y vehículos de expresión. Desde los más genuinos guitarristas de blues que seguían creando conmovedores fraseos y finos pasajes hasta los agresivos y, a veces, excesivos guitarristas del heavy metal y todos sus subgéneros; nacieron en esos años de efervescencia creativa muchos músicos que, a contramano de lo que decían los rankings, defendieron con uñas y dientes el poder de la guitarra, esa arma de seis cuerdas que, bien tocada, basta y sobra para generar a su alrededor una ola de electricidad capaz de atravesar una pared. Jack White -el último guitar hero del que se tiene noticia- es el mejor ejemplo de ello.
Dos de los nombres más importantes de esta forma de vivir y entender el rock están acercándose a Lima, para ofrecer conciertos en noviembre. Dos guitarristas que harían renegar a cualquier defensor y amante del "do-it-yourself", los tres acordes, el amateurismo del rock independiente y lo anti-académico que, además, encarnan cada uno por su lado, dos vertientes que, en el seno mismo del rock guitarrero, producen discusiones, sentimientos encontrados y fanaticadas aparentemente opuestas. Ambos surgieron en los 80s y ambos se mantienen vigentes, demostrando con sus carreras que toda esa tendencia a ningunear a la guitarra rockera ultra virtuosa no es más que una actitud que encierra, detrás de su supuesta intención de promover la vanguardia, una irreprimible pose.
Hablamos de Yngwie Malmsteen y Slash. Uno sueco y el otro británico, representan como dije en un párrafo anterior, las dos caras de una misma moneda: la capacidad de convertir una guitarra y un amplificador en armas de destrucción masiva. Mientras que el primero lleva al extremo su formación como músico clásico -amante de Paganini, los compositores barrocos y el folklore de su país- el segundo se convirtió, en menos de una década, en el mejor exponente de esa guitarra callejera, urgente, cargada de explosiva influencia blues pero con una calidad en la ejecución impropia en tiempos en que escuchar hard rock se consideraba un asunto de ancianos.
Cada una de las cientos de notas que Malmsteen es capaz de lanzar por compás parecen haber sido escritas previamente sobre el pentagrama. Quienes lo acusan de "pretencioso", "pecho frío" o "demasiado técnico-demasiado virtuoso", padecen una ceguera muy grave, que les impide apreciar la tremenda complejidad de sus desarrollos instrumentales y el evidente talento artístico que esto exige. Y su presencia escénica -que alcanzó picos míticos entre 1986 y 1992, sus años de oro- no tenía nada de encorsetado ni académico. Desde Ritchie Blackmore hasta Brian May, desde Eddie Van Halen hasta Frank Zappa, todos resuenan corregidos y aumentados en los dedos de este velocísimo guitarrista, y sus álbumes instrumentales son actualmente clásicos de todos los tiempos, que se ubican un peldaño por encima de personajes como Joe Satriani o Steve Vai. Yngwie Malmsteen siempre quiso ser parte de un grupo, pero sencillamente no podía hacerlo. Tenía que ser solista y protagonista pues su habilidad no podía contenerse en el formato común de "primera guitarra" en una banda.
Por su parte, Saul Hudson -o simplemente Slash- se inscribe en la tradición establecida por gigantes del hard rock y blues como Jimmy Page, Eric Clapton, Jeff Beck, Duane Allman, entre otros. Fue el guitarrista que salvó al hard rock de la desaparición a fines de los ochentas e inicios de los noventas, una desaparición liderada por los sintetizadores, las bandas de glam metal y todos los hijos menores del punk (new wave, gothic rock, etcétera). Aun con la aparición del grunge, la Gibson Les Paul naranja de Slash, reminiscencia inmediata de Led Zeppelin, supo imponerse a fuerza de espectaculares riffs y afilados solos, todos contenidos en los álbumes de Guns 'N Roses en los cuales participó (entre 1986 y 1993). En años posteriores, Slash se convirtió en un solicitado guitarrista de sesiones con una variopinta cartera de clientes y lanzó diversos proyectos solistas, además de fundar Velvet Revolver. En todos estos trabajos, la guitarra de Slash brilla con luz propia, y su sonido es identificable en cualquier contexto.
Yngwie Malmsteen (50) y Slash (48) pertenecen a una generación de guitarristas que han tenido que batallar con la estigmatización del rock y la inevitable atomización de los públicos, debido a una oferta de géneros tan diversificada y a menudo impuesta por los medios de comunicación y las tendencias que privilegian la vacuidad de propuestas musicales esporádicas, condenadas al fácil olvido y el consumo masivo. Y aun así, su talento como artistas y su leal apasionamiento por componer música para guitarras han resistido el paso de los años y la sola mención de sus nombres equivale a hablar de las ligas mayores en cuanto a músicos de rock. Eso los convierte en clásicos.
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